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lunes, 8 de abril de 2013

Hermanos Grimm - La Muerte Madrina



Hermanos Grimm - La Muerte Madrina

Buenas a todos. 
A modo de presentación en la comunidad, les dejo un cuento de Jacob y Wilhelm Grimm, referentes de la literatura infantil, que cuentan en su haber con relatos más que conocidos, tales como Blancanieves, Cenicienta, Pulgarcito, El Rey Rana y un largo, larguísimo etcétera. 
Si bien sus obras están orientadas hacia los bajitos, muchas de ellas tocan temas como la muerte, la enfermedad, la esclavitud, la antropofagia (recuerden Hansel Y Gretel) y morbosidades varias. 
De pequeño mi madre solía leerme a menudo sus historias; así salí... 
La Muerte Madrina 

Un hombre muy pobre tenía doce hijos; y aunque trabajaba día y noche, no alcanzaba a darles más que pan. Cuando nació su hijo número trece, no sabía qué hacer; salió al camino y decidió que al primero que pasara le haría padrino de su hijito. 
Y el primero que pasó fue Dios Nuestro Señor; él ya conocía los apuros del pobre y le dijo: 
- Hijo mío, me das mucha pena. Quiero ser el padrino de tu último hijito y cuidaré de él para que sea feliz. 
El hombre le preguntó: 
- ¿Quién eres? 
- Soy tu Dios. 
- Pues no quiero que seas padrino de mi hijo; no, Señor, porque tu das mucho a los ricos y dejas que los pobres pasemos hambre. 
El hombre contestó así al Señor, porque no comprendía con qué sabiduría reparte Dios la riqueza y la pobreza; y el desgraciado se apartó de Dios y siguió su camino. 
Se encontró luego con el diablo, que le preguntó: 
-¿Qué buscas? Si me escoges para padrino de tu hijo, le daré muchísimo dinero y tendrá todo lo que quiera en este mundo. 
El hombre preguntó: 
- ¿Quién eres tú? 
- Soy el demonio. 
- No, no quiero que seas padrino de mi hijo; eres malo y engañas siempre a los hombres y los pierdes. 
Siguió andando, y se encontró con la Muerte, con la mismísima Muerte, que estaba flaca y en los huesos; y la Muerte le dijo: 
- Quiero ser madrina de tu hijo. 
- ¿Quién eres? 
- Soy la Muerte, que hace iguales a todos los hombres. 
Y el hombre dijo: 
- Me convienes; tú te llevas a los ricos igual que a los pobres, sin hacer diferencias. Serás la madrina. 
La Muerte dijo entonces: 
- Yo haré rico y famoso a tu hijo; a mis amigos no le falta nunca nada. 
Y el hombre dijo: 
- El domingo que viene será el bautizo; no dejes de ir a tiempo. 
La Muerte fue al bautizo, como había prometido, y fue la madrina. 
El niño creció y se hizo un muchacho; y, un día, su madrina entró en la casa y dijo que la siguiera. Llevó al chico a un bosque, le enseño una planta que crecía allí y le dijo: 
- Voy a darte ahora mi regalo de madrina: te haré un médico famoso. Cuando te llamen a visitar un enfermo, me encontrarás siempre al lado de su cama. Si estoy a la cabecera, podrás asegurar que le curarás; le darás esta hierba y se pondrá bueno. Pero si me ves a los pies de la cama, el enfermo me pertenecerá, y tú dirás que no tiene remedio y que ningún medico le podrá salvar. No des a ningún enfermo la hierba contra mi voluntad, porque lo pagarías caro. 
Al poco tiempo, el muchacho era ya un médico famoso en todo el mundo; la gente decía: 
- En cuanto ve a un enfermo, puede decir si se curará o no. Es un gran médico. 
Y le llamaban de muchos países para que fuera a visitar a los enfermos y le daban mucho dinero, así que se hizo rico muy pronto. 
Un día, el rey se puso malo. Llamaron al médico famoso para que dijera si se podía curar; pero en cuanto se acercó al rey, vio que la Muerte estaba a los pies de la cama. Allí no valían hierbas. Y el médico pensó: "¡Si yo pudiera engañar a la Muerte siquiera una vez! Claro que lo tomaría a mal, pero como soy su ahijado, puede que haga la vista gorda. Voy a probar." 
Cogió al rey y le dio la vuelta en la cama, y le puso con los pies en la almohada y la cabeza a los pies; y así, la Muerte se quedó junto a la cabeza; entonces le dio la hierba y el rey se curó. 
Pero la Muerte fue a casa del médico muy enfadada, le amenazó con el dedo y dijo: 
- ¡Te has burlado de mí! Por una vez, te lo perdono, porque eres mi ahijado; pero como lo vuelvas a hacer, ya verás: te llevaré a ti. 
Y al poco tiempo, la hija del rey se puso muy enferma. Era hija única, y su padre estaba tan desesperado que no hacía más que llorar. Mandó decir que al que salvara a su hija le casaría con ella y le haría su heredero. Llamaron al médico, y cuando entró en la habitación de la princesa, vio que la Muerte estaba a los pies de la cama. La princesa era tan guapa, que el muchacho se olvidó de la amenaza de su madrina; y decidió curar a la hija del rey y casarse con ella. No vio las miradas que le echaba la Muerte, ni como le amenazaba con el puño cerrado: cogió en brazos a la princesa y la puso con los pies en la almohada y la cabeza a los pies, le dio la hierba mágica, y al poco rato la cara de la princesa se animó y empezó a mejorar. 
Y la Muerte, furiosa porque la habían engañado otra vez, fue a grandes zancadas a casa del médico y le dijo: 
- ¡Se acabó! ¡Ahora te llevaré a ti! 
Le agarró con su mano fría; le agarró con tanta fuerza, que el pobre muchacho no se podía soltar, y se lo llevó a una cueva muy honda. Y el médico vio en la cueva miles y miles de luces, filas de velas que no se acababan nunca; unas velas eran grandes, otras medianas y otras pequeñas. Y todo el tiempo se estaban encendiendo unas velas, y otras se apagaban; era como si las lucecitas estuvieran brincando. La Muerte le dijo: 
- Mira, esas velas que ves son las vidas de los hombres. Las grandes son las vidas de los niños; las medianas son las vidas de los padres, y las pequeñas las de los viejos. Pero hay también niños y jóvenes que no tienen más que una velita pequeña. 
- ¡Dime cuál es mi luz! - dijo el médico, pensando que era todavía una vela bien grande. 
Y la Muerte le enseño un cabito de vela, casi consumido: 
- Ahí la tienes. 
- ¡Ay, madrina, madrina mía! ¡Enciéndeme una luz nueva! ¡Por favor, hazlo por mí! ¡Mira que todavía no he disfrutado de la vida, que me van a hacer rey y me voy a casar con la princesa! 
- No puede ser - dijo la Muerte - . No puedo encender una luz mientras no se haya apagado otra. 
- ¡Pues enciende una vela nueva con la que se está apagando! 
La Muerte hizo como si fuera a obedecerle; llevó una vela nueva y larga. Pero como quería vengarse, tiró al suelo con disimulo el cabito de vela, y la lucecita se apagó. Y en el mismo momento, el médico se cayó al suelo, muerto. Su madrina la Muerte había ganado. 




La foto corresponde a una ilustración del libro del cual transcribí la historia, hecha por Janusz Grabianski.

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