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miércoles, 4 de julio de 2012

Serafín J. García – El poeta gauchesco de Uruguay.




Todos los uruguayos han escuchado este  y todos se reconocen en él. Junto con “A Don José” son los himnos populares de la República Oriental del  


link: http://www.youtube.com/watch?v=5b_Z1qekeAE 

Orejano 
Yo sé qu'en el pago me tienen idea 
porque a los que mandan no les cabresteo; 
porque dispreciando las güeyas ajenas 
sé abrirme caminos pa dir ande quiero. 

Porque no me han visto lamber la coyunda 
ni andar hocicando p'hacerme de un 
y saben de sobra que soy duro'e boca 
y no me asujeta ni un freno mulero. 

Porque cuando tengo que cantar verdades, 
las canto derecho nomás, a lo macho, 
aunq'esas verdades amuestren bicheras 
ande naide creiba que hubiera gusanos. 

Porque al copetudo de riñón cubierto 
-pa quien n'usa leyes ningún comisario- 
lo trato lo mesmo que al que sólo tiene 
chiripá de bolsa pa taparse'l rabo. 

Porque no m'enyenan con cuatro mentiras 
los maracanases que vienen del pueblo 
a elogiar divisas ya desmerecidas 
y'hacernos promesas que nunca cumplieron. 

Porque cuando truje mi china pal rancho 
me olvidé que hay jueces p'hacer casamientos, 
y que nada vale la mujer más güena 
si su hombre por eya no ha pagao derecho. 

Porque a mis gurises los he criao infieles 
aunqu'el cura grite qu'irán al infierno, 
y digo ande cuadre que pa nada sirven 
los que sólo viven pirichando el cielo. 

Porque aunque no tengo ni en qué cáirme muerto 
soy más rico qu'esos que agrandan sus campos 
pagando en sancochos de tumba reseca 
al pobre pión, qu'echa los bofes cinchando. 

¡Por eso en el pago me tienen idea! 
¡Porqu'entre los ceibos estorba un quebracho! 
¡Porque a tuitos eyos les han puesto marca 
y tienen envidia de verme orejano! 

¿Y a mí qué m'importa? ¡Soy chúcaro y libre! 
¡No sigo a caudiyos ni en leyes me atraco! 
¡Y voy por los rumbos clariados de mi antojo 
y a naides preciso pa ser mi baquiano!


¿Quién escribió este poema? Este poema fue escrito por Serafín J. García e integra el libro “Tacuruses” 


Biografía. 

Serafín J. García es un poeta uruguayo nacido el 5 de junio de 1905, en Cañada Grande, departamento de Treinta y Tres. Fue bautizado Serafín José García. Sus padres eran Serafín García Minuano, y doña Sofía Correa, treintaitresina, integrante de una familia de viejo arraigo en aquel Departamento. Se dice que su madre lo nombró José porque ella era devota de San José. Sus bisabuelos por ambas ramas de origen, tuvieron participación en las luchas por la independencia nacional. 

A los 5 años se trasladó con su familia a Vergara, pequeño pueblo de unos tres mil habitantes, donde cursó el ciclo de Enseñanza Primaria. No tuvo otros estudios, habiendo realizado su formación cultural en forma enteramente autodidáctica. Fue empleado de farmacia, aprendiz de tipógrafo, ayudante de rematador público, y poco después de cumplir los veinte años de radicó en la ciudad de Treinta y Tres, donde ingresó a la Policía operando como telefonista y encargado del Archivo de la Jefatura olimareña. 

Modesto guardia civil, desconocido poeta y literato, en 1935 comienza a dedicarse a una larga existencia al servicio de la poesía y de la literatura gauchesca del Uruguay. En el año 1936, a poco de ser publicada su primer obra "Tacuruses", Serafín José García recibiría por su obra el "Premio Ministerio de Instrucción Pública". Por Decreto del 18 de febrero de 1936, el Presidente Terra autorizó al Ministerio del Interior para que adquiriera 300 ejemplares de la obra "Tacuruses", a efectos de ser distribuidos en las distintas Jefaturas de Policía del país, "con encargo de hacerla conocer al personal de sus dependencias". También, como justo premio a su esfuerzo, García fue designado por el Artículo 3ro. de la misma Resolución, para ocupar un cargo vacante de Subcomisario en la 8va. Sección (Santa Clara de Olimar) del departamento de Treinta y Tres, aunque continuaría prestando servicios en la propia Jefatura departamental. 
En 1940, Serafín J. García solicita el retiro y se traslada definitivamente a residir en Montevideo. Fallece en 1985. 

Es autor de los siguientes libros: 
 Tacuruses (1936) 
 En carne viva (1937) 
 Tierra amarga (1938) 
 Burbujas (1940) 
 Barro y Sol (1941) 
 Asfalto (1944) 
 Raíz y ala (1949) 
 Romance de Dionisio Díaz (1949) 
 Las Aventuras de Juan el Zorro (1950) 
 Agua Mansa (1952) 
 Flechillas (1957) 
 Los partes de Don Menchaca (1957) 
 El Totoral (Recuerdos de mi infancia) (1966) 
 Piquín y Chispita (1968) 
 Leyendas y supersticiones (1968) 
 Blanquita (Nuevos relatos de "El Totoral" ) (1969) 
 La vuelta del camino (1970) 
 Estampas uruguayas (1971) 
 Milicos, contrabandistas y otros cuentos (1986) 

Obtuvo cinco veces premios de literatura en los concursos anuales del Ministerio de Instrucción Pública, y tres en otros concursos de carácter diverso. Muchos de sus poemas y cuentos han sido traducidos al inglés, al francés, al portugués y al italiano. Dio numerosas conferencias sobre literatura nativa en Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay. Su obra más exitosa y popular ha sido "Tacuruses", libro que lo mismo se encuentra en la biblioteca del hombre refinado y culto que en la maleta del tropero o en el humilde baúl del peón de estancia o del agricultor. 



A continuación, algunos poemas y cuentos de este genial poeta uruguayo: 

Gurises (Del libro Tacuruses) 

Cuasi siempre los pare una sirvienta 
que también nació así, como los gatos, 
en un catre arrumbrao y color mugre 
o en el suelo nomás, arriba'e trapos. 

Dispués, en un cajón, negriando'e moscas 
el chupete sin leche, sucio y agrio, 
aprienden poco a poco que de nada 
en la vida'e los pobres sirve'l yanto. 

Y se quedan cayaos horas enteras, 
mordiendo sus piesitos y oservando 
a la madre, que va de un lao pal otro 
con su olor a fregones y a trabajo. 

Cuanto saben gatiar ya precipean 
a juirse a los galpones y a los patios, 
y áhi se crían, lambidos por los perros 
y comiendo imundicias con los chanchos. 

De jugar cuasi nunca tienen tiempo. 
Muy lejo'en lejo', cuando viene a mano, 
paran rodeo a una tropiya'e güesos 
o arman alguna boliadora'e marlos. 

Y apenitas aprienden'andar solos 
y aguantarse'n el lomo de un cabayo, 
ya'stán entreveraos con la pionada, 
pagándose'l pirón y los andrajos. 

¡Asina los he visto en las estancias 
de portera a candao y de güen pasto, 
and'entr'hileras de alambraos tirantes 
lustran el anca los noviyos chatos! 

 

Reseña de “Los partes de Don Menchaca “ 
Don Segundo Menchaca, ejemplar incomparable de comisario rural de fin de siglo XIX, no es un personaje imaginario, como supondrán tal vez los presuntos lectores de estos partes. Y tampoco lo es su "culto escribiente" don Esmeraldo Zipitrías, sin cuya valiosísima colaboración intelectual no habría logrado sin duda destacarse, en la forma rotunda en que lo hizo, sobre todos sus "cólegas autoritarios" de la época. 
Las memorables actuaciones de uno y otro - donde aparecen registrados sus verdaderos nombres - descansan en los polvorientos archivos de la Jefatura "Política y de Polecía" que tuvo el honor de contarlos entre sus más conspicuos funcionarios. Y si es verdad que la justicia tarda pero llega, algún día dejarán de servir de nido a prolíferos ratones e irreverentes polillas, y pasarán a ocupar la vitrina de museo que les corresponde por legítimo derecho, dada la indiscutible categoría idiomática y conceptual de tales documentos. 
Mientras tanto, procuraremos difundir estas copias textuales de los partes que figuran en los archivos de marras. A través de ellas podrá el lector apreciar la descollante gestión de "Don Menchaca" en "Puntas del Arrayán Chico", desde mediados de enero de 1895, fecha en que aparece reintegrándose al servicio luego de una "merecida lisensia de año y pico" - valgan sus propias palabras -, hasta fines de marzo de 1897, cuando resuelve cerrar la comisaría para irse a la guerra, acompañado por sus "brabos secuases". 
Y ahora, poniendo término a esta introducción, diremos como los locutores radiotelefónicos: "Con ustedes, Don Menchaca" 




Pelea entre finados (del libro “Los partes de Don Menchaca “) 

"Puntas del Arrayán Chico, mallo 31 de 1895 
Señor Gefe Político y de Polecía del Deto., 
Sarjento Mallor don Merejildo Toranza. 

(Mano propia y urgente) 

Apreciable Usía: 

Después de saludarlo con la conmiseración y el afeto de costumbre, paso a desirle que el motibo primojénito del presente parte subalterno es el de elebar a las superiores bías autoritarias de su conosimiento un suseso de apariencias delitibas que tubo lugar hoy, 31 del que luse, y del cualo partisiparon, por riguroso orden de enclusión en la nónima que de los mismos me dino suministrarle iso fato, dos serdos de fileación picazos, pertenesientes ambos dos al seso nuestro, o sea el masculino, una perra bulldosa cullo pelaje resulta muy difísil de presisar, aunque el suscrito es de la opinión de que tira más bien a amarronsado que a canela, como sostiene el cabo Barragán, y los respetibos dueños de dichos inrrasionales, que lo eran los finados besinos sesionales don Emérito Clavijo, q.e.p.d., y don Prudensio Casares, q.e.p.d. tamién, pues no porque haiga cometido el error de renguear de la otra pata, como se dise bulgarmente, o sea en lenguaje plebello, y de acompañar de cuerpo presente barias sulevasiones contra el lijítimo gobierno nasional que tan dinamente representamos en el Deto. yo y usté, modestia aparte, boy a darle un trato distinto que al otro finado, que fué siempre un correlijionario de ley, ya que como Usía no inora, la justisia deve ser pareja como el sol, que cuando sale lo hase al unísono para todos, asegún es público y notorio en cualisquier latitú de este balle de lágrimas que en el lenguaje bulgar se conose por tierra. 
Bolbiendo al grano del hecho motibante, hágole saber que la causa habiente del mismo fué una embasión sobretisia de los presitados porsinos de don Emérito a la chácara de don Prudensio, cullos alambrados lusen un pésimo estado de conserbación, dicho sea de paso. 
Bista la susodicha embasión de fueros patrimoñales por el finado doliente, éste les chumbó a los serdos la ya tamién presitada perra buldosa, la cuala, a pesar de la natural espantosidá propia de su raza que luce en las facciones del rostro, respondía al cariñoso nombre de "Bonita". Entonses la feroz y embrabesida perra se avalanzó sobre los otros dos inrrasionales y los condujo a colmillazo limpio hasta el mismo patio de la bibienda particular y pribada de su difunto dueño, que al alvertir semejante atropello manoteó el rebólber 44 que jamás se le caía de la respetiba sintura - porque era un hombre con barias muertes en su haver y tenía que cuidarse, por supuesto -, y le cerrajó tres tiros simultaños y consecutibos a la "Bonita", infrinjiéndole, allá en ella, otras tantas eridas mortorias en la caja del cuerpo. 
Oyó el finado Prudensio las detonasiones, bió caer iso fato a su anegada y fiel perra, y ato continuo se le fué al humo al otro finado, o sea a don Emérito, esgrimiendo una filosa daga con la cuala, asegún las mentas, acostumbraba el canalla a degollar a nuestros correlijionarios murimundos después de las oméricas rellertas cibiles que han enlutado tantas beses los campos de nuestra amada patria potestá. 
El resultado de tan biril encuentro fue que ambos los dos ribales calleron para siempre en el mismo lugar de la topada, bítimas de sus endómitos corazones criollos, que los arrojaron el uno contra el otro ábidos de homisidio y de naturales deseos de benganza resíproca. 
En bista de que ya todo otro prosedimiento autoritario resultaba bano, dado el mortorio fin de los causantes, el suscrito resolbió entregar a los respetibos dolientes los esánimes cuerpos del delito, a fin de que les diesen por su propia cuenta la sepoltura de rigor. 
Lamentando no tener mas nobedades de bulto que comunicarle, me despido subalternamente de Usía, a quine Dios conserbe muchos años la salú y el puesto. 
A ruego del Comisario don Segundo Menchaca, por no saber firmar: Esmeraldo Zipitrías, Escribiente. 
Por la copia: Simplicio Bobadilla" 
 

Inventario General (del libro “Los partes de Don Menchaca “) 

"Puntas del Arrayán Chico, enero 15 de 1895. 

Señor Gefe Político y de Polecía del Deto., Sarjento Mallor don MerejildoToranza. 

(Mano Propia y Urjente) 

(Atensión de mi tocallo Segundo Montero) 

Mi siempre apresiado Usía: 
Buelto a mi costante y eficaz atibidá autoritaria, luego del disfrute de la meresida lisensia de un año y pico que Usía tubo a bien consederme, a fin de que pudiera recobrar alguna parte de las presiosas enerjías gastadas en el cumplimiento de mi fatigosa labor autoritaria, la primera probidensia que me mobió a tomar mi acrisolada anrradez fué la efectuar un imbentario y balanse jenneral de esistensias, con el sañado propósito de berificar si el patrimoño gobernatibo a mi cargo se había conserbado esento de malbersasiones inlísitas durante mi sensible ausensia, pues no conosiendo los antesedentes alministratibos de mi sostituto enterino, el segundo de la de la otaba sesión don Atenor Robales, cullo apelatibo, dicho de sea de paso y en confianza, susitaba justificables reserbas a este milico biejo, si me permite Usía la bulgar espresión, estaba desidido a ebitar entrepetasiones malebolentes para el caso de que, en un futuro benidero, se descubriera alguna irregularidá en el aserbo de los sagrados bienes patriarcales que este serbidor custodea con selosa y encorrupible desensia. 
Tomada la resulusión susodicha, el suscrito ordenó a su culto escribiente don Esmeraldo Zipitrías, funsionario de basta preparasión en materia de guarismos finansieros, o sea de números matemáticos, como también puede desirse en nuestra rica idioma orientala, que fuese hasiendo recuento de los bienes muebles e inmuebles de esta comisaría, tarea en la que coperó con berdadero espírito de sacrifisio el guardia sibil Ponciano Silvera, cebándonos mate a deshora, para que no nos faltase el tradisional estímulo de la berde y sabrosa enfusión criolla mientras emnbstíamos la difísil tarea, que se efetuaba, por supuesto, bajo mi competente diresión superbisoria. 
Del resultado de la misma surjió la ebidensia de que los bienes inmuebles aquí esistentes no han padesido bajas, conserbándose todos ellos encólumes. No así los bienes muebles, por desgrasia, pues entre otras menudensias falta un entegrante del personal humano, que lo es el guardia sibil Loreto Cuello, y otro del personal caballar, que lo es un semobiente ballo, marca del Estado, animal de toda mi estimasión, no despresiando a nadies, y que luse allá en él, mismo sobre la tabla del pescuezo, una sicatriz de lanza otenida en la última patriada en que sebimos juntos. Faltan también el tumbero de cargar leña y otras bacatelas que no quiero enumerar por no fatigar a Usía. 
Asegún se desprende de mis abiriguaciones pribadas, el sussodicho guardia sibil está para la frontera del Brasil, a donde lo embió el segundo Robales a buscar un contabando de su pertenensia, que condusiría finjiendo haberlo quitado, habiéndose llebado en tal micción al enfeliz semobiente para utilizarlo como bítima propisatoria, o sea como carguero. Del Behículo faltante no he tenido notisias hasta la fecha, aunque me disen que Robales lo fletó para el pueblo con una carga de sándias y otros cereales natibos, probenientes todos ellos de su chácara particular, que no ssé cómo pudo alquirir con el sueldito de mala muerte que tiene. 
or lo espuesto resolbí dar de baja del imbentario los efetos mensionados y poner a Usía en conosimiento del hecho, a fin de que tome las probidensias que mejor le parezcan. 
Sin más lo abraza campechanamente su fiel subalterno y correlijionario que aprobecha esta buena proporsión para embiarle por el portador y tocallo, hombre reserbado y de asoluta confianza, las dos damajuanas de caña prometidas. 
A ruego del Comisario don Segundo Menchaca, por no saber firmar: 
ESMERALDO ZIPITRIAS, Escribiente". 
Por la copia: SIMPLICIO BOBADILLA. 
 



La truqueada (de "Las Aventuras de Juan El Zorro" 

Mientras trotaba aquel domingo rumbo a la pulpería del Tatú, donde se había dado cita con el Tigre, el Lobo y el Carpincho, a fin de truquear un rato, Juan el Zorro iba maquinando la forma de burlarse del prepotente felino y ganarle de paso algunos pataconcitos, que buena falta le hacían, pues andaba poco menos que en harapos y necesitaba comprarse urgentemente botas, bombacha, poncho y otras prendas de vestir, para esperar bien pertrechado el invierno que ya se aproximaba. 
Después de reflexionar en silencio largo rato preguntó al Ñandú, que como siempre servíale de pingo, y que acuciado por la insaciable voracidad que lo caracterizaba sólo pensaba en llegar cuanto antes a destino, con la esperanza de poder echarse alguna cosa al buche. 
-¿Sabés jugar al truco, Patas Largas? 
-¡Di ande, hermano! A la escoba'e quince, y gracias. Y eso mesmo porque me la enseñó la patrona cuando yo ricién había agarrao el nido, pa que no me aburriese demasiado de estar tanto tiempo quieto. 
-¡Si serás pajuate! Un juego tan lindo y tan criollo como el truco y nunca haberte dao por aprenderlo. ¡Eso es indigno de un oriental, canejo! 
-Vos pensás de ese modo porque tenés alma'e timbero, Juancito. Pero pa mí me resulta mucho más entretenido andar picoteando alguna cosita por ahi que perder la salú y el tiempo en las carpetas. 
Ya iba el Zorro a contestarle un disparate, fastidiado de verlo tan insípido, cuando lo desviaron del tema unos chillidos desesperados que procedían de un pajonal cercano. Y al aproximarse a averiguar la causa de ellos, vió una enorme culebra de las llamadas parejeras, que reptando sigilosamente avanzaba hacia un pequeño Ratón ya hipnotizado por sus malignos ojos, con el siniestro propósito de engullirlo. 
Sin vacilar un segundo, Juan enarboló su rebenque y le gritó al ofidio en tono amenazador: 
-¿No tenés lástima de ese pobre bichito, desalmada? ¡Déjalo en paz y mandate a mudar de aquí en seguida si no querés que te encaje una paliza! 
Al oír tales palabras, la Culebra 
cambió al punto de rumbo sin chistar siquiera, desapareciendo velozmente entre el albardón de pajas donde tenía su cueva. 
Entonces el Ratón, aún tembloroso a causa del mayúsculo susto recibido, se dirigió hacia Juan para expresarle su agradecimiento y ponerse por entero a las órdenes de tan providencial salvador. 
El Zorro, luego de restarle importancia a la gauchada que le acababa de hacer, preguntóle si sabia jugar al truco. A lo que contestó sin titubear el roedor, ya recobrado totalmente su aplomo: 
-¿Cómo no viá saber, amigo, siendo oriental legítimo como soy? Y hasta me tengo por uno de los mejores trúqueros de este pago, aunque me estea mal decirlo. 
-Pues entonces pronto tendrá ocasión de pagarme el favor que le empresté, compañero. Suba en ancas y vamos pa la pulpería, que yo por el camino le diré lo que usté tiene que hacer. Y hasta es posible que, si lo hace bien, se gane algunos riales pa comprarse un poco'e queso, tocino, o cualquier otro'e sus manjares predilectos. 
Sin aguardar que le repitieran la invitación, trepóse ágil el Ratoncillo por una de las patas del Ñandú y se enancó con Juan.
Y mientras el zancudo reanudaba la marcha a un trote más ligero, árido por recuperar el tiempo perdido en la incidencia del camino, dió el Zorro minuciosas instrucciones a su protegido, que vivaracho como era, pronto comprendió el diabólico plan en el cual habría de ser el mismo actor principalísimo. 
Cuando Juan entró en la pulpería ya lo estaban esperando el Tigre y sus compinches, con quienes habíase confabulado de antemano el Overo para ganarle al truco de cualquier manera, aun a costa de trampas. El Carpincho, que sería el compañero del Zorro, incurriría en toda clase de chamboneadas, comprometiéndose hasta a negar alguna flor, si fuera necesario, y recibida por su colaboración un tercio de las ganancias obtenidas. 
Luego de los saludos de rigor, sentáse Juan en la rueda. Pero antes de comenzar a dar cartas dijo el Tigre: 
-El truco, como todos los juegos, señores, es mucho más divertido cuando se juega por plata, ¿no es verdá? Estoy seguro de que usté, compadre Carpincho, que es un criollo taura, no se va a andar achicando por peso más o menos que le puedan ganar en la carpeta. Y lo mesmo puedo decir de Juancito, que a más de su reconocida liberalidá es un truquero mentao, capaz de sacudirse mano a mano con el propio Mandinga y no dejarlo hacer baza ni con el dos de la muestra. ¿Qué les parece entonces si jugamos cada partido a cinco patacones por cabeza? 
-Yo, por mi parte, acepto la propuesta de compadre Tigre -respondió el Carpincho mientras liaba cachazudamente un cigarro. 
Y el Zorro, luego de echar una furtiva ojeada hacia el tirante, desde donde el Ratoncito -que habíase encaramado allí sin que nadie lo advirtiera- le hacía graciosos guiños de inteligencia, expresó también su conformidad diciendo: 
-Y yo no viá ser menos que mi compañero. Baraje y déame a cortar ese mazo, don Tigre, que estoy desiando alivianarle el cinto. 
Hizo el aludido lo que se le pedía y el juego comenzó, seguido y comentado animadamente en todas sus incidencias por el Lagarto, el Carancho, el Chimango, y demás parroquianos habituales de la pulpería. 
Desde las primeras de cambio, Juan se puso a improvisar versitos ingeniosos, que los mirones celebraban con estentóreas risas, lo cual iba poco a poco agriando el humor del Tigre, siempre envidioso de cualquier éxito que no fuera el suyo. 
Deslizándose veloz por encima del tirante, el Ratón se desplazaba de uno al otro extremo, a fin de "orejear" sucesivamente las cartas del Overo y del Lobo y hacerle luego las señas respectivas a su cómplice, que dominando de esa manera el juego aceptaba o rehuía los envites, los retrucos y las contraflores, según su conveniencia, alardaando en cada oportunidad del buen "palpite" con que la Providencia 
habiale dotado. 
En cierta ocasión tocóle en suerte al felino una flor integrada por el dos, el "perico" y la "perica". Y satisfecho por tan magnífico obsequio del azar quizo a su vez lucirse con un verso, al tiempo que se "achicaba" para esperar el desafío de sus adversarios: 

Flores de todo tamaño 
en el mundo conocí, 
pero por humilde y chica 
prefiero la del bibí. 

Juan, que tenía casualmente en su poder el cuatro y el cinco de la muestra acompañado de un siete, lo que formaba también una flor de cuarenta y cuatro puntos, al igual que la del Tigre, contestó con otro verso: 

Todas las flores me gustan 
y a ninguna he preferido; 
me basta con la que tengo 
pa decir: con flor envido! 

Al Overo le temblaron los bigotes al oír aquellas palabras. Y echándose hacia atrás en el asiento gritó, seguro de su triunfo: 
-¡Contra flor el resto, maula! 
El Zorro miró el tirante, fingiendo meditar, y advirtió que el Ratoncillo le hacía desesperadas señas para que no aceptara el reto. Arrojó entonces sobre la mesa sus cartas y dijo muy campante: 
-Ya ve, don Tigre: le disparo con cuarenta y cuatro. Es un palpite, ¿sabe? Como usté es mano y lo veo tan resuelto, me ha dentrao el chucho. Si es de chambón esta aflojada, mi compañero me sabrá disculpar... 
Furioso al ver que el contrario se le había escapado, y que además mofábase de él, el Tigre vació de un trago su copa y le pidió otra al pulpero. 
Al cabo de un ratito "echó una falta con negras" solamente. Y el Zorro, que lo sabía por su aliado, aceptó el desafío y le ganó con sólo veintidós puntos, aprovechando que el Lobo y el Carpincho se habían "ido a baraja". 
Esto indujo al felino a seguir empinando el codo con mayor frecuencia, perdido ya por completo el contralor de sus nervios.
En otra oportunidad en que el Overo intentó "mentir" de nuevo, llegó Juan a darse el lujo de ganarle el "valecuatro" con el as de copas contra un rey. Y así sucesivamente fuéle infligiendo derrota tras derrota y enardeciéndole con bromas cada vez más picantes, que los espectadores no cesaban de aplaudir. 
Ya muy borracho y con la sangre hirviendo, levantóse al fin el Tigre, pagó el montón de pesos que acababa de perder y se dirigió al palenque, donde su pingo "Rejucillo" lo aguardaba piafando con impaciencia. Pero antes de montar oyó la voz de Juan que le gritaba, entre grandes risotadas: 
-¡Mal pal juego, bien pal amor, don Tigre! ¡Consuélese pensando en ese viejo dicho! ¡Y si otra vez truquea por plata eche un vistazo p'arriba'e cuando en cuando, porque si es cierto que las paredes tienen oídos, suelen también tener ojos los tirantes!... 
 

Una oveja carnívora (de "Las Aventuras de Juan El Zorro" 

Aquélla noche se realizaba una gran fiesta en casa de la Comadreja, con abundancia de manjares y licores, y amenizada por la magnífica orquesta que dirigía el Zorzal y que integraban el Boyero, la Calandria, el Grillo, el Mangangá, la Chicharra, el Cardenal, la Rana, el Guitarrero y otros músicos de fama. 
Todos los animales del pago acudieron dispuestos a divertirse, en un simpático plano de igualdad que superaba hasta las diferencias físicas, puesto que se veía bailar al Gusano con la Abeja, al Cascarudo con la Mariposa, al prosaico Moscardón con la espiritual Libélula y al esbelto Guazubirá con la Tortuga remolona y sin garbo. Entre los invitados se encontraba el Tigre quien era que mayor consumo hacía de bebidas y comestibles, lo cual no le impedía mantenerse alerta para atrapar al Zorro, apenas apareciera éste en la fiesta. Pero Juan precavido como siempre, se presentó disfrazado de Oveja, y tan a la perfección que hasta el propio Carnero creyó que se trataba de alguna congénere soltera y se dispuso a conquistarla, fiel a sus viejas mentas de Tenorio. 
Era eso precisamente lo que buscaba el Zorro, que entre melindres y esquives, ya bailando una piecita con él, ya dejándolo plantado para acceder a las reiteradas invitaciones del Tigre, lo fue poniendo celoso poco a poco. De tanto en tanto hacía Juan sus escapadas furtivas hasta el comedor, donde se destacaban de los demás manjares agrupados en la mesa los pollos "al natural ", que constituían su plato favorito. Pero hete aquí que en un momento dado, mientras masticaba a dos carrillos una tierna pechuga, fue descubierto por la Cotorra --chismosa incorregible--- la cual salió al punto hacia la sala de baile, pregonando a voz en cuello tan sensacional noticia. -¡La oveja come pollos ! ¡La oveja come pollos! chillaba el escandaloso pájaro ¿Cuándo se ha visto cosa semejante? A excepción del carnero que continuaba iracundo en su rincón, todo el bicherío restante comprendió que había gato encerrado. Y hasta el mismísimo Tigre, no obstante lo menguado de su caletre, diose cuenta de que la oveja y Juan eran un solo ser y de que se le presentaba la ocasión de vengarse. 
Atacaba la orquesta un pericón cuando volvió el Zorro a la sala, muy orondo mordiendo ostensiblemente una hoja de lechuga. El overo, al verlo, se le acercó relamiéndose el hocico y le dijo en tono amable, a fin de evitar sospechas. 
--- ¿Me concede este periconcito moza? Pero Juan que leyó en sus ojos los siniestros propósitos que abrigaba, huyó dando baliditos de terror hacia el sitio donde estaba el Carnero. y estrechándose contra éste, se puso a gritar desaforadamente 
----¡Socorro, socorro, que ese indigno me ha faltado el respeto! --- ¡Yo te voy a dar socorros sinvergüenza! --- lució el Tigre lanzándose hacia él y tirándole un zarpaso que el Zorro esquivó apenas. 
Entonces, el Carnero ansioso por obtener a cualquier precio los favores de la esquiva "prenda" retrocedió un buen trecho para tomar impulso y luego invistió con furia a su rival, aplicándole tan rudo topetazo en el vientre que le cortó el resuello, circunstancia que aprovechó el enceguecido cornúpedo para seguir golpeándole sin tregua, hasta dejarlo fuera de combate. En tanto, Juan soltando alguna de aquéllas burlonas carcajadas que el Overo conocía tan bien, gritábale desde la puerta --- ¡No se aflija Don Tigre, que no es nada!¡Lo peor vendrá cuando su señora se entere de la causa de esos golpes y empiece a cantar el zueco en sus costillas!. 
 

En esta oportunidad no les aporto más textos para no hacer más largo el post pero les aconsejo que no pierdan la oportunidad de leer la obra de este genio de la literatura popular gauchesca y en especial les recomiendo: El Totoral (Recuerdos de mi infancia), libro que marcó a toda una generación de jóvenes lectores allá por los ´60 y ´70 

 

Leer es cultura.


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